SAN ODILÓN
Abad de Cluny
(962-1049)
Día: 1 de
enero
Desenvolvióse la larga vida de este
héroe de santidad, entre fines
del siglo X y principios del XI, precisamente en una época en
que la Iglesia sufría el abusivo entrometimiento del poder civil y
deploraba la simonía y los más abominables escándalos; época en
que el retorno a la barbarie amenazaba arruinar a la vez la
Iglesia y la sociedad.
Pero Dios, que vela amorosamente
por sus hijos, escogió el monasterio de Cluny para plantel y cuna de almas
fervorosas que, andando el tiempo, habían de correr tras las ovejas
descarriadas y traerlas al santo redil de su Iglesia. Allí creció robusta la
virtud de nuestro Santo, señalándose luego como uno de los apóstoles más
celosos en la obra de regeneración cristiana de la sociedad. Odilón tuvo el
alto honor de ser maestro y educador del ilustre Hildebrando, que más adelante
gobernó la Iglesia con el nombre de Gregorio VII.
En los confines de la Auvernia Baja
y cerca de la aldea de Ardes se hallaba, en otro tiempo, un castillo feudal,
verdadera fortaleza infranqueable. En él residía por los años de 960 a 980 una
familia de nobilísimo linaje, compuesta del señor de Mercoeur Beraldo I,
apellidado el Grande, uno de los principales señores feudales del Condado de
Auvernia, dechado de perfectos caballeros; de su esposa Gerberga, descendiente
del rey Lotario y pariente de Hugo, rey de Italia, y mujer insigne y
piadosísima, y de sus diez vástagos, ocho hijos y dos hijas, de los cuales
Odilón fue el tercero.
MILAGROSA CURACIÓN
Era muy niño cuando tras grave
dolencia que puso en riesgo su vida, quedaron sus miembros sujetos por traidora
parálisis. Contaba ya tres años, sin que sus débiles piernecitas le permitieran
dar un paso. Pero aconteció un día que, al regresar de un viaje que efectuó en
compañía de los criados de su padre, detuviéronse en un pueblecito cuya iglesia
estaba dedicada a la Virgen María, y criados, con el fin de comprar algunas
provisiones, dejaron al enfermito en su camilla junto al portal de la iglesia. Mas
como tardasen en volver, abandonó el niño por inspiración divina la camilla
donde descansaba y, arrastrándose por el suelo, dióse tal traca que llegó a
franquear el umbral de la iglesia y logró acercarse al altar de la Virgen. Sin
duda para ayudarse a levantar asió con sus manos los manteles del altar y, al
punto que los hubo tocado, sintió que salía de ellos como en otro tiempo de los
vestidos del Salvador, una fuerza misteriosa que milagrosamente le restituía la
salud. Los criados, al volver, quedaron maravillados viéndole saltar de gozo
ante el altar de la Virgen. La bondadosa Madre que le había curado, parecía
sonreírle desde, su trono. Odilón, que ya amaba a la Virgen, le tuvo desde ese
día particular devoción y correspondió a los favores de su celestial Protectora
ofreciéndole generosamente su salud y su corazón.
Acudió pocos años después en
peregrinación a la iglesia en que había recibido tan señalado beneficio y de
rodillas ante el altar, consagróse a María con la siguiente oración: « ¡Oh
benignísima Virgen María! Desde hoy y para siempre me consagro a tu servicio.
Socórreme en mis necesidades, ¡oh poderosísima medianera y abogada de los
hombres! cuanto tengo te doy, y gustoso me entrego a Ti por entero para ser tu
perpetuo siervo y esclavo». A nadie extrañará, pues, si decimos que toda su vida
se señaló el Santo por una filial y ardiente devoción a Nuestra Señora. Cada
vez que pronunciaba su nombre bendito, inclinaba profundamente la cabeza, y, al
cantar en el coro el versículo Tu ad liberandum..., que significa: «Tú, Señor,
para redimir al hombre, no desdeñaste el seno de la Virgen», postrábase reverente
para adorar el misterio de la Encarnación del Verbo y honrar y venerar la
soberana dignidad de la Madre de Dios.
Sus padres, maravillados de los
favores que el niño recibía del cielo, le dieron cristiana y viril educación.
Muy jovencito aún pusiéronle con los canónigos de la Colegiata de San Julián,
que dirigían por entonces una escuela que fue muy famosa en la ciudad de
Brioude. Sólo eran admitidos en ella los hijos de los nobles, y hasta los canónigos
que la regentaban llevaban el título de condes de Brioude.
Muy pronto se señaló Odilón por la
ciencia y santidad, mereciendo de sus maestros singulares demostraciones de
aprecio y deferencia. Tenía veintiséis años cuando recibió la tonsura clerical;
poco después fue nombrado canónigo de la Colegiata de San Julián, beneficiado
de la catedral de Puy, y algo más tarde abad secular de San Evodio.
SAN ODILÓN, ABAD DE CLUNY
Llevado nuestro Santo de un deseo de
mayor perfección, determinóse a ingresar en una Orden que por entonces pasaba
por la más austera y santa. El providencial encuentro y entrevista que tuvo con
San Mayolo, abad de Cluny, afirmó más a Odilón en su propósito, de suerte que
al poco tiempo, renunciando a todas sus dignidades, ingresó de novicio en la
célebre Orden benedictina de Cluny, haciéndole donación de todos sus bienes.
En aquel tiempo, esta abadía, fundada
hacía sólo unos ochenta años, era todavía muy pobre. Desde el primer día mostróse
Odilón fiel observante de la regla de San Benito, desempeñó con grandísima
humildad los empleos más modestos y bajos del monasterio, y llegó a ser muy
pronto acabado modelo de todas las virtudes monásticas. Antes de que hubiese transcurrido
el año de noviciado, fue admitido a profesar en la Orden, y en el mismo año le
tomó San Mayolo como Vicario y le nombró a la vez sucesor suyo, a pesar de la
resistencia que opuso Odilón en un principio. Pero apenas murió el abad de
Cluny, Odilón dimitió el cargo y fue menester toda la influencia del rey Hugo
Capeto y el unánime acuerdo de los monjes para que aceptara el gobierno de la
abadía. Rendida al fin su humildad y habiendo dado su consentimiento al ver
manifiesta la voluntad del Señor, fue ordenado sacerdote el 20 de mayo del año
994, en la festividad de Pentecostés.
Después de la muerte de su padre, que
ocurrió por aquella época, la madre de Odilón se retiró al monasterio de San
Juan de la ciudad de Autún, donde pasó sus últimos años llevando santísima
vida. El nuevo abad de Cluny contribuyó mucho a aumentar la reputación de santidad
del monasterio y llegó a ser en breve, por su caridad, pureza de vida y obras
maravillosas, una de las glorias más señaladas de la Iglesia, Puso singular
empeño, desde los principios de su nuevo cargo, en la reforma de la regla de
San Benito, observada por casi todos los monasterios de aquella época.
Encargóse Odilón de llevar a cabo tan ardua empresa, estableciendo con carácter
definitivo un código que se llamó Costumbres de Cluny, que mandó observar
puntualmente en todos los monasterios de su jurisdicción.
Muy pronto, solicitado de todas
partes, emprendió largos, y frecuentes viajes, tanto por Francia, como por
Alsacia, Suiza, Alemania y sobre todo Italia. Y envió a diversas provincias de
Francia y de España algunos monjes para restaurar y restablecer en la primitiva
observancia la regla de San Benito. No se contentó con visitar los monasterios
ya existentes, sino que fundó muchos otros y extendió con ello las disciplinas
cluniacenses que sirvieron de dique a la relajación de costumbres que empezaba
ya a notarse en Europa.
La caridad en todas sus formas era
la virtud que practicaba con particular empeño. Distribuía limosnas con tanta
largueza, que cuantos le rodeaban llegaron a censurarle por mostrarse, decían ellos,
demasiado pródigo de los bienes del convento.
Su confianza en la Providencia era
tal que jamás temió le faltara su asistencia. Cierto día que visitaba uno de
los monasterios, juntóse tan crecido número de monjes para oír sus enseñanzas
que llegaron a faltar las provisiones, pues no disponían los sirvientes a la
hora de comer sino de un pescado. Mandó el Santo que lo partiesen y ¡Oh
prodigio! no sólo hubo bastante para los allí reunidos, sino que hasta 1os
pobres participaron de las sobras.
En uno de sus viajes, al atravesar
un monte, pasó cerca de unos campesinos extenuados por la fatiga y muertos de
sed y, como escaseaba el agua por aquellos contornos, mandó el Santo a los
suyos que distribuyesen el vino que llevaban para el viaje. Hiciéronlo así y
luego prosiguieron su camino, pero al cabo de un rato se detuvieron para tomar
a su vez algún refrigerio y con sorpresa, hallaron los cántaros tan llenos de
vino como lo estaban al emprender el viaje.
Más, donde brilló con mayores fulgores
la caridad de nuestro Santo, fue durante una gran, carestía que se hizo sentir
en la provincia de Aquitania en el año 1016 y causó la muerte de innumerables
personas. Después de distribuir entre los pobres las provisiones del
monasterio, mandó que se vendieran los ornamentos y vasos sagrados y hasta la
corona de oro que el emperador San Enrique había regalado a la iglesia de
Cluny, más, como aun no bastara todo ello para remediar todas las necesidades,
recorrió él mismo las ciudades paca mover a compasión con sus palabras los
corazones de los poderosos, logrando así salvar de la muerte a un sin número de
desgraciados.
A ejemplo de Tobías, cuidábase de enterrar
los cadáveres de quienes de miseria y de hambre habían muerto en los caminos.
Por su intercesión y súplicas, gran número de enfermos, ciegos, dementes y
paralíticos recobraron la salud o las facultades.
Era blando y compasivo con sus
monjes, y más parecía madre bondadosa que padre severo y justiciero. A los que
le reprendían por ello solía responderles -que es preferible pecar por exceso
de dulzura que por severidad.
Con ser grande la compasión que
tenía del prójimo, nunca se compadeció de su propio cuerpo al que trataba con
extremado rigor. Sus ayunos eran frecuentes y prolongados; dormía apenas lo
indispensable; ceñíase con ásperos cilicios; sometía, en fin, todos sus
miembros a la más austera mortificación, cuidando, sin embargo, que su vida tan
penitente no trascendiera al exterior.
SAN ODILÓN Y LAS ÁNIMAS DEL PURGATORIO
No se limitaba la caridad del Santo a
socorrer a sus hermanos, sino que se extendía de modo especialísimo a las almas
del purgatorio. A él se debe la institución de la Conmemoración de los fieles
difuntos. Aunque la piadosa costumbre de rogar por los finados se remonta a los
tiempos apostólicos, como lo atestiguan los libros litúrgicos de aquella época y
los escritos de los Santos Padres, no obstante, en el transcurso del año no
había un día dedicado especialmente a orar por ellos.
He aquí el origen de la piadosa
institución. Al regresar un monje de la peregrinación a Tierra Santa, estalló
de improviso, cuando ya se hallaba cerca de Sicilia, violenta tempestad que le obligó
a refugiarse en una isla próxima. En aquellos parajes abruptos y solitarios
descubrió el monje la morada de un ermitaño que pasaba los días entregado a
rigurosa penitencia. Después de unos breves coloquios espirituales, supo el
solitario que aquel monje era francés y le preguntó si tenía noticia del
célebre monasterio de Cluny y si había oído hablar del venerable abad Odilón.
Respondióle el monje afirmativamente y entonces el santo ermitaño le dijo: —A
poca distancia de aquí, he visto con frecuencia levantarse grandes llamaradas
que envolvían a millares de almas, las cuales padecían tormentos atrocísimos,
proporcionados a la especie y número de los pecados por ellas cometidos...
Entre los ayes lastimeros he percibido unos rugidos infernales que lanzaban los
demonios al ver que algunas de aquellas almas, que habían sido libertadas de
sus garras, eran transportadas triunfalmente a los cielos merced a las oraciones,
limosnas y penitencias de alma santas y en particular de Odilón, abad de Cluny,
y de sus monjes. Os conjuro, pues, en nombre del Señor, que narréis
puntualmente al santo Abad cuanto cabo de deciros, para que prosigan él y sus
monjes, con más ardor que hasta ahora, sus oraciones, ayunos y limosnas,
acrecentando así de continuo el gozo de los bienaventurados y la rabia de los
demonios.
Tan pronto como el religioso llegó a
su país, cumplió fielmente el encargo que le había dado el ermitaño y, consecuencia
de ello fue que, en 988 San Odilón promulgó un decreto para todos los
monasterios de la Orden, mandando que en adelante, a la celebración anual de
Todos los Santos siguiera la Conmemoración de todos los fieles difuntos. En
aquel decreto prescribía Odilón a sus monjes que ofreciesen en ese día, 2 de
noviembre, para las ánimas del purgatorio, las oraciones, santa Misa y algunas
limosnas. Pronto se extendió esta costumbre, y el papa Juan XVI la mandó celebrar
en toda la cristiandad.
CELEBRIDAD Y MILAGROS DE SAN
ODILÓN
Fue San Odilón valiosísimo consejero
de Papas, emperadores y reyes, que en toda ocasión le demostraron singular
aprecio. Tomó parte muy activa en los grandes acontecimientos de su época, y su
intervención fue siempre segura prenda de feliz éxito.
En el año 1004 intercedió ante el
emperador Enrique II y logró que los habitantes de Pavía no fuesen castigados
después de una sublevación. Al morir el santo emperador en el año 1024, Odilón
aseguró la elección del sucesor, librando con ello de un día de luto a la misma
ciudad de Pavía.
Al fin de su vida fue árbitro de la
paz entre García IV, rey de Navarra, y su hermano Fernando I de Castilla. Contribuyó
al establecimiento de la llamada Tregua
de Dios, que tanto bien y provecho produjo para la humanidad.
Su humildad y modestia le hacían
rechazar de continuo los elogios que recibía de cuantos le visitaban. Por unanimidad
el pueblo reclamó para Odilón las más altas dignidades de la Iglesia y el papa
Benedicto IX le remitió el palio y el anillo pastoral, como prueba de amistad;
pero Odilón, rechazándolo todo, prefirió la soledad del claustro a todas las
dignidades.
Visitando una vez el monasterio de
Monte Casino, d abad Teobaldo le invitó a oficiar en la Misa conventual el día
de San Benito. Mas Odilón no sólo rehusó, considerándose indigno de tal honor,
sino que aun obtuvo, después de grandes instancias, que se le permitiese besar
en dicho día los pies de todos los monjes de la comunidad. En los monasterios
era acogido con grandes muestras de regocijo, y los monjes acudían confiados a
él como hijos a su padre bondadoso; el venerable Fulberto, obispo de Chartres,
le llamaba Arcángel de los monjes.
Declara San Pedro Damián que «la
vida del bienaventurado Odilón fue como una mesa de oro purísimo», sobre la
cual brillaban los milagros como presea de ricos y preciosos diamantes.
Al regresar San Enrique de un viaje
a Italia, detúvose con su corte en el monasterio de Cluny, en donde fue testigo
de un portentoso milagro. Hallándose el emperador sentado a la mesa en una de
las dependencias del monasterio, presentáronle una copa de cristal
primorosamente cincelada y llena de aromas exquisitos; era una verdadera
maravilla de arte alejandrino que un príncipe de Oriente acababa de regalarle.
El santo emperador mandó llamar a dos capellanes suyos y, entregándoles la
copa, les encargó que en su nombre la presentasen y ofreciese a al abad Odilón;
lo que cumplieron al instante.
Admirados los monjes de tan preciosa
joya, la examinaron pasándola de mano en mano; pero uno de ellos dejóla caer al
suelo, y se hizo añicos. El Santo estaba entonces ausente. Tan pronto como
regresó, apresuráronse los monjes a contarle lo sucedido. Pero él, después de
explicar a los monjes las consecuencias que podía acarrear el accidente, ya que
el emperador podría culpar de ello a los clérigos a quienes confió la copa,
hizo oración a Dios y mandó que le trajesen los pedazos, de cristal. ¡Oh
prodigio!, en vez de los trozos, hallaron en el suelo la copa entera sin señal
alguna de rotura.
Muchos otros milagros pusieron de manifiesto
la santidad del siervo de Dios. En dos ocasiones viéronse obligados unos
ladrones a devolver los objetos robados, pues la justicia divina permitió que
no pudieran desprenderse de ellos para venderlos. Por dos veces atravesó, en compañía
de varios monjes, ríos desbordados, y la segunda lo hizo sin que quedase señal
de humedad en su calzado.
ADMIRABLE MUERTE
San Odilón llegó a octogenario, pero
los cinco últimos años de su vida fueron para él un continuo martirio.
Creyéndose a punto de morir, quiso ir a Roma con la esperanza de expirar cabe
la tumba de los santos Apóstoles. Aprovechando la primavera del año 1047, salió
para la Ciudad Eterna en donde permaneció cuatro meses continuamente enfermo. El
papa Clemente II, que le amaba como a hermano, pasaba algunos ratos a su lado,
consolándole con sus palabras y su apostólica bendición. Contra lo que se
esperaba, recobró la salud y volvió a Cluny.
Antes de morir, quiso visitar los
monasterios de la Orden para consolar a los monjes y animarles a perseverar con
fidelidad en el camino del cielo. Cumplida esta misión y habiendo llegado a
Souvigny, al convento de Silviniaco, donde unos años antes había muerto su insigne
predecesor San Mayolo, esperó allí, él también, la hora del gran paso de este
mundo a la eternidad.
Unos días antes de Navidad del año
1048 dirigió emocionado discurso a sus hermanos reunidos en capítulo, exhortándoles
a celebrar con alegría las cercanas fiestas; pero mientras predicaba
sobrevínole tan fuerte dolor que fue menester trasladarlo a la celda, sin
esperanza de salvarlo. Recibió los santos Sacramentos y luego abrazó con ternura
a todos los monjes, que rezaban junto a su lecho.
Ni la pureza admirable de su vida ni
las grandes penitencias que había practicado fueron obstáculo para que el
demonio se le apareciese pensando vencerlo en el último combate. Odilón, al verle,
tomó el Crucifijo en sus manos y pronunció las siguientes palabras: «La Cruz es
mi refugio; yo la adoro y bendigo, y entrego mi alma en manos de mi Dios
crucificado.» Con todo, llegó a reponerse un tanto de esta grave dolencia y
predijo que acaecería su muerte el día de la Circuncisión. En efecto; el día
por él señalado, bendijo a los religiosos, quienes, accediendo a sus deseos, le
llevaron a la Iglesia, y entonó él mismo las vísperas por última vez; después de
las cuales, tendido sobre un cilicio cubierto de ceniza, con voz balbuciente empezó
una oración que fue a terminar en el cielo. Era el 1° de Enero del año 1049, y
tenía 87 años de edad; había gobernado por espacio de cincuenta y cinco años la
abadía de Cluny. En 1063 se abrió su sepulcro, y hallóse intacto su cuerpo.
Presidió el acto San Pedro Damián, autor de una biografía de Odilón.